En un mundo en el que cada vez el individuo cobra más importancia, en el que cada vez más nos centramos en nuestras necesidades y nuestros deseos cuando nos relacionamos con los demás, es importante recordar que la cara es, y seguirá siendo, el espejo del alma. Sin embargo, nuestro rostro no siempre refleja lo que nos gustaría: la conformación de nuestra cara, los adelgazamientos bruscos, los factores genéticos que nos acompañan, la edad o, simplemente, la factura que nos cobra sin perdón el día a día pueden alterar la armonía de nuestro rostro.

Nuestra cara está formada por una serie de elementos estructurales bien diferenciados: los pómulos, la mandíbula, el mentón, los arcos de las cejas, la nariz… y todos ellos crean el equilibrio y la armonía que transmite nuestra cara. Casi como un trabajo de artesanía, la remodelación facial ayuda a armonizar los volúmenes de nuestro rostro cambiando la morfología de las estructuras básicas de la cara para conseguir una cara en la que todos sus componentes convivan en armonía.

Aunque tradicionalmente hablamos de la remodelación facial cuando trabajamos con estructuras óseas, hoy en día es también muy común referirse a ella para remodelar los tejidos blandos que conforman la cara.

A través de la asociación de diferentes técnicas conseguimos retocar las distintas zonas del rostro adaptando sus volúmenes y formas para dar el resultado final de armonía, simetría y, en definitiva, belleza que buscamos.

Para obtener este resultado es frecuente que el cirujano emplee técnicas como pequeñas rinoplastias, miniliftings o liftings endoscópicos, retoques de mentón y pómulos, lipofilling o injertos de grasas, que ayudan a armonizar la estructura de la cara y las pérdidas de volumen.

Ya sea para armonizar zonas del rostro que tienen desequilibrios pronunciados o para eliminar una apariencia cansada y envejecida, la remodelación facial pone en tus manos hacer que tu cara siga siendo lo que debe ser: el reflejo de tu alma.

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